Para quienes tienen la suerte de conseguir una, la residencia o la concurrencia es, en rigor, recién el primer paso en el contacto con la práctica en el contexto del mundo real. No es novedad que la formación continua sea uno de los pilares fundamentales de la calidad en la atención al paciente, en la adquisición de las habilidades y en la actualización del conocimiento.
En más de una ocasión hemos hablado de diversas instancias de aprendizaje y capacitación.
Para los que estudian los temas relacionados con la vocación, elegir una especialidad médica implica que existen tres elementos para considerar:
La elección de la especialidad. Uno de los mayores interrogantes a los que se enfrenta un candidato a una residencia médica es saber si realmente le gustará la especialidad. A veces, las realidades son diferentes según dónde se realice la residencia, y la mejor manera de confirmar si la especialidad que se tiene en mente es la mejor opción es visitar hospitales y consultar otros residentes.
El lugar de la especialidad. Un hospital puede no contar con la infraestructura más moderna o la capacidad de estar permanentemente actualizado, pero es de común conocimiento que los mejores profesionales están en el sector público. Por otra parte, la carga asistencial suele ser tan amplia que lo que no se obtiene de innovación puede obtenerse de práctica.
Proyección. Otro de los puntos clave a la hora de elegir una especialidad es pensar en las expectativas profesionales que se desean lograr después de la residencia. Por eso resulta recomendable hacer algún tipo de investigación o estudio de mercado para saber qué tan demandada es la especialidad en el sector laboral al que uno desea incorporarse.
Estos elementos que acabamos de considerar son válidos para cualquier práctica o especialidad que se elija y contienen –de manera tácita, pero no por eso menos importante– el impulso o, mejor dicho, la obligación de estar permanentemente capacitándose en las últimas novedades, desarrollos farmacológicos, descubrimientos científicos e innovaciones tecnológicas.
Si uno navega en Internet con la finalidad de investigar puede llegar a descubrir innumerables argumentos como para elegir una especialidad: desde los monetarios, pasando por las funciones administrativas –como auditoría o gestión sanitaria– hasta aquellos que proponen una vida tranquila, sin guardias.
Pero hay una diferencia cualitativa entre la elección de una especialidad médica clínica y una radiológica o, más genéricamente, de diagnóstico por imágenes. La radiología es horizontal a prácticamente todas las especialidades médicas, para diagnosticar problemas en las diferentes áreas del cuerpo humano, incluyendo el cerebro, corazón, sistema digestivo y casi cualquier órgano o sistema dentro del cuerpo.
Como el resto de los médicos, los radiólogos deben poseer un conocimiento exhaustivo de la anatomía y fisiología humana, y los principios médicos y científicos vinculados con la salud. Pero, además, deben tener una afinidad especial por la tecnología, ya que estarán casi siempre trabajando con dispositivos y aparatos. Y, por último, estar muy concentrados, contar con una excelente visión y capacidad analítica.
Esto significa que, a la capacitación, de por sí natural en cualquier especialidad médica, hay que agregarle la actualización en desarrollos tecnológicos. Esta última es una disciplina que, por lo general, genera innovaciones con mayor rapidez de lo que lo hace, por ejemplo, la investigación farmacológica.
Por suerte, la oferta de capacitación es amplia: másteres, posgrados, becas, doctorados y posdoctorados; formatos virtuales, presenciales o mixtos, ofrecen un portafolio amplio de ofertas de capacitación, entrenamiento y, por qué no, educación.
La elección de la especialidad médica debe ser tomada de forma realista y con suma inteligencia. Y siempre considerando que la capacitación y actualización tienen que ser permanentes.
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